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martes, marzo 30, 2010


Dalila una vez más está parada frente al espejo del baño, apenas empieza el día y ya tiene claro que quiere terminarlo, y es que desde hace varios días no se encuentra en su mejor humor, la tristeza ha hecho presa de su alma y sucumbe fácilmente frente al llanto.

Allí está con los ojos apagados e inquisitivos, como preguntando por qué los ha dejado llorar tanto, como culpándola de no haber hecho nada antes para evitar tanto dolor, sí es así, es que mirarse a los ojos frente a un espejo es lo más efectivo para sentirse culpable y dar rienda suelta a los reproches.

Pero Dalila sabe que ya no tiene sentido que se recrimine nada, pues no pudo haber hecho algo diferente a lo que hizo, no podía actuar de manera distinta, no tenía más opciones. ¿Y qué más queda cuando el amor se va? ¿Era su culpa amar a alguien más?, sin duda no, pero lo que sí martillaba su consciencia era la traición, la debilidad y la fragilidad de la mentira perfectamente actuada e interpretada, llevar esa doble cara la torturaba y no podía continuar así un día más. No había más alternativa, tenía que partir.

Casi no había dormido nada, entre preparar maletas se le pasó casi toda la noche y ahora que el sol se dibuja en una delgada línea sobre el horizonte, se disponía a tomar una ducha antes de marcharse, pero para su desgracia se topó con el espejo, que cruelmente le devolvía la imagen de la deslealtad…de nuevo lágrimas.

Por un momento sólo sintió cómo las húmedas caricias que se deslizaban tibiamente por sus mejillas de alguna manera calmaban la vergüenza que sentía al saberse capaz de caer tan bajo, como si la consolaran de su pena por haber causado tal dolor a la persona que suponía amar, saboreaba la sal de sus lágrimas y con ellas su alma se agrietaba como tierra al sol del desierto.

Esteban no sabía que no volvería a verla, y sin duda se le partiría el corazón, pero es mejor saberse abandonado que traicionado y ese era un aliciente, al menos eso la ayudaba a sentirse menos mal, le daba las fuerzas que necesitaba para terminar de arreglarse y tomar el vuelo que desde hace semanas tenía reservado.

Una vez en el aeropuerto, más tranquila y con la certeza de estar haciendo lo mejor para ambos, Dalila decidió tomar un café y esperaba frente a una taza humeante que anunciaran la salida de su avión. Nerviosa, de rato en rato ojeaba el reloj, contando ansiosa los minutos para la partida, miraba a través de la multitud como buscando la tranquilidad que se le había extraviado hace tanto, acercaba la taza a su rostro, tomaba un sorbo, y alzaba la mirada entre la gente, como un ritual interminable.

Por fin, después de pasados varios minutos, entre la muchedumbre vio una imagen familiar y en un instante se borraron las culpas, sólo pudo sentir alegría, alivio, una bocanada de esperanza en un futuro renovado, una oleada de dicha estremeció su cuerpo. Sí era él, maletas en manos para partir con ella.

Llegada la hora ambos abordaron el avión a Madrid, tal como lo tenían planeado. Justo las 11:30 y el avión ya despegaba.

Esteban, mezclado entre la multitud, hecho un mar de celos, dolido, traicionado, burlado, los vio partir felices y sonrientes, aún sin poder creer que los que se iban en ese avión eran su prometida y su mejor amigo.

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