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lunes, marzo 29, 2010

Bailando fue Mía

No es la primera vez que estoy en este lugar, he venido en otras oportunidades para tomarme algunos tragos y pasar un buen rato. El ambiente oscuro, el humo de los cigarrillos flotando en el aire, las luces palpitantes al compás de la música y la gente desenfrenada en una especie de danza cruda y visceral, ejercen sobre mí una energía hipnótica y me hacen volver una y otra vez.

Como de costumbre allí está ella, ya la he visto antes, siempre hermosa, bailando y seduciendo a todos con sus movimientos. Se nota que le gusta llamar la atención, una joya que quiere ser observada y codiciada como quien desea algo que sabe no podrá tener. Juega al gato y el ratón, traviesa y provocadora baila en la pista para que todos la vean, pero no deja que ninguno de los felinos se le acerque.

Yo, desde la barra, acostumbro seguirla con la mirada acompañando el contoneo de sus caderas. Ella se divierte sin duda, pues no es raro que de vez en cuando me lance una sonrisa que incita a soñar y a pecar.

Quien sabe, tal vez esta noche he tomado de más, quizá el alcohol me aliente a hacer lo que antes no he intentado, unirme a ella en su baile de seducción.

Abriéndome paso a tropezones voy hacia ella, convencido de que, si nada me detiene, será mía inevitablemente y haré lo que nadie más en este lugar ha podido, sucumbir en su piel.

Casi sin darme cuenta lo he logrado, estamos a menos de un metro de distancia y me sonríe, me envuelve con su mirada y me invita a jugar con ella. Sin más, el calor de su piel me arropa y su aroma me atrapa, tan sólo tocarla ha bastado para despertar todos mis sentidos y dejarme llevar mansamente por su cadencia. Mi cuerpo tan cerca del suyo, su respiración en mi rostro, sus manos juguetonas en mi cabello, todo convertido en un torbellino arrollador, me siento en picada en la montaña rusa de su cintura, en caída libre por la parte baja de su espalda.

Sólo pudo haber sido un tornado, seguramente eso fue, sí un tornado, lo que nos hizo terminar en el baño, en un cubículo minúsculo con sus piernas alrededor de mi cintura y la música marcando el ritmo de nuestros movimientos, animales salvajes completamente fuera de control en un acto básico y primitivo.

Ya camino a casa saboreo con satisfacción mi secreto triunfo sobre los demás hombres de aquel lugar, sólo yo conozco los secretos de esa mujer que nadie más podrá tener, y es que esa apetitosa fruta que todos desean yo ya la conozco, pues ha sido mía en silencio desde hace mucho.

Abro la puerta del apartamento y veo tendida sobre el sofá aquella hermosísima dama que me devuelve una sonrisa plácida y seductora, esa Venus que acaba de sumergirse conmigo en una exquisita aventura. Allí está ella, mi esposa, que lúdica y divertida se presta a protagonizar todas mis fantasías.

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