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lunes, abril 20, 2009

La Mentira de Blancanieves

El tiempo detenido en la sala de ese apartamento es el único testigo de lo sucedido. Ella gélida, aterrada y confundida está de pie frente al cadáver de ese hombre, mientras un charco de sangre viscosa se extiende alrededor de su cabeza y al fondo el sonido de las sirenas sentencia su futuro.

Han pasado diez años largos y tortuosos, diez años que empezaron con la ilusión del “vivieron felices por siempre”, con una Blancanieves de ojos brillantes y un Príncipe Azul con promesas de amor eterno, un cuento de hadas frágil y breve que se quebró en mil pedazos con el impacto de la primera bofetada y la dureza del primer insulto proferido a gritos.Una y otra vez se ha repetido la escena, un hombre iracundo que sin razón alguna descarga toda su furia contra una esposa indefensa, no porque su cuerpo no tenga las fuerzas para defenderse, sino porque su alma queda petrificada por el pánico y su mente nublada por la brutalidad de los golpes.Lo más doloroso no han sido los puños contra su cara, ni las patadas en la boca del estómago, ni el cabello arrancado a mechones, no, eso no ha sido lo peor, lo verdaderamente humillante han sido las burlas en la delegación de policía cada vez que ha intentado poner la denuncia (“Seguro que bien merecido te lo tienes, algo habrás hecho para que te dejara en ese estado”, fue la última respuesta que recibió por parte de un agente), tener que bajar la cabeza frente a la mirada de juicio de lo vecinos, escuchar los susurros chismosos en los pasillos del edificio, sentirse sin valor para terminar con todo de una vez.Pues sí, han sido diez años en los que el cueto de hadas se ha convertido en la peor pesadilla y la sonrisa de Blancanieves en la más cruel de las mentiras.

Despierta la mañana de un día cualquiera de Abril y ella, haciendo el desayuno, está solitaria en la cocina. Su esposo no ha dormido en casa y ella teme que en cualquier momento regrese el monstruo, seguramente ebrio y listo para propinarle la paliza del día. Y así fue.Tambaleándose por la borrachera entró en la cocina un hombre de rostro gris y desdibujado, un desayuno aún sin terminar es motivo más que suficiente para querer iniciar la golpiza.Ella, por instinto, corrió a la sala y tomó el jarrón grande y pesado que adornaba la mesa y, con una fuerza animal salida del fondo de la rabia acumulada, lo estrelló en la cabeza de quien ya levantaba en el aire un puño que iba directo a su rostro.Todo fue rápido, tan sólo un segundo. Por la fuerza del golpe y la falta de equilibrio producto del alcohol, el hombre se desplomó y pegó brutalmente la cabeza contra el borde de la mesa. Bastó un instante.

El tiempo detenido en la sala de ese apartamento es el único testigo de lo sucedido. Ella gélida, aterrada y confundida está de pie frente al cadáver de ese hombre, mientras un charco de sangre viscosa se extiende alrededor de su cabeza y al fondo el sonido de las sirenas sentencia su futuro.